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El parto de Leo (III)

La matrona continuaba dirigiendo los pujos, yo tenía mucha tos debido al reflugo y el ardor (en las últimas semanas de embarazo parecía un dragón escupiendo fuego) y cuando me pedían que aguantase la respiración me entraba la tos. Que impotencia sentía.

Las malas caras y las palabras susurradas al oído no eran imaginaciones mías. La ginecóloga y su compañero residente estaban delante de los gráficos de los monitores, se acercaron a mi y me dijeron que íbamos a ir a la otra sala, a esa que no era necesario ir si no había ninguna complicación (según nos explicó la matrona en la visita). Me dijeron que íbamos allí porque allí había una silla que sería más fácil para mi y para ellos poder seguir el parto. Una vez allí le dijeron a mi marido que no podía moverse para nada de detrás de mi cabeza, que debía estar allí sin interrumpir, le pusieron el gorro verde y una bata, y mi marido hizo todo lo que se esperaba de él.

Volvímos a los pujos dirigidos, yo hacía todo lo que me pedían, intentaba no rendirme, el dolor era extremo. La ginecóloga ordenó a su ginecólogo de prácticas que me realizara la maniobra de Kristeller, creía que me iba a partir en dos, que me iba a asfixiar o a partirme las costillas. El dolor era tan grande cuando se posaba encima de mi que no podía ni empujar. Al escuchar mis quejas y ver que no estaba siendo efectiva la maniobra, la ginecóloga le dijo a una matrona con muchísima experiencia que me la realizara ella. La matrona en un principió se negó, se ve que no estaba a favor de realizarla, pero tuvo que seguir órdenes. Recuerdo su mirada, su caricia y su «perdona cielo, intentaré no hacerte daño.»

Continuamos y continuamos, nada. El monitor nos decía que mi bebé podría estar sufriendo. Así que me explicaron que iban a realizarle un pinchacito en la cabecita del bebé para analizar su PH (por favor si algun sanitario me lee, disculpad, lo pongo tal cual lo recuerdo, tal vez no se diga así o sea exactamente de ese modo).

Recuerdo a una auxiliar de enfermería simpática y dulce como la miel, que me iba tomando la temperatura y la tensión toda la noche. Ella fue la encargada de llevar esa muestra a analizar literalmente corriendo…rápidamente (o así lo recuerdo yo) llamaron a un teléfono de la sala. Le dijeron unos datos a la gine y ella gritó: no hay sufrimiento fetal, seguimos con los pujos. En ese momento una mezcla de alivio, cansancio y empoderamiento me invadieron. Empujé, lo hice con todas mis fuerzas, parecía que el bebé iba a salir ya…le dijeron al papá que me animara, que yo me cogiese fuertemente de las barras de la especie de sillón ese, empujé…hasta que un «Joder» por parte de la gine nos explicó que la cabecita se había escurrido y se había vuelto a subir. Empezábamos de nuevo, yo tenia 38’5 de fiebre por el cansancio, estaba exhausta, pensaba que no podría aguantar más, justo en ese momento la ginecóloga con la ayuda de una ventosa puso a mi bebé en mi regazo. 3,380gr 50,5 cm de amor, nació un 5 de noviembre del 2017 alas 39+2 semanas de gestación. Nunca olvidaré su calor, estaba mojado y muy calentito. Por unos segundos me olvidé de dolor, aunque de nuevo regresó. Empezaron a coserme, notaba cada punto, cada tirón. Yo lloraba y gritaba, me decían que me centrase en el bebé, lo intentaba pero no podía. Les dije que lo notaba todo y recordaron que se me había pasado el efecto de la epidural anteriormente, rápidamente me pusieron una inyección local pero el efecto llegó tarde. Yo preguntaba sin cesar si faltaba mucho para acabar, pero me decían que lo estaban haciendo super cuidadosamente para que mi recuperación fuese genial y no me molestaran nada los puntos jamás.

El papá estaba asustado, cansado pero feliz. (A veces cuando hablamos del parto él reconoce no haberlo superado, dice que yo no vi las caras que ellos ponían, las palabras que se decían y la tensión que había en esa sala). Días después el papá nos contó que había escuchado en la sala de parto que el bebé venia con un completo: cordón en bandolera y cabeza de lado… sí, muy facilito todo sí…

Regresando al momento del nacimiento, el reciente papá no paraba de repetirme que el niño era guapísimo. Y luego que tenía un ojo cerrado. Tanto insistía que una matrona le limpió el ojo, simplemente eran fluídos pegados que no le dejaban abrirlo jaja

Yo todavía no le había visto la carita, una matrona se ofreció a cogerlo y ponérmelo delante de mi cara,, mi marido aprovechó para hacer una foto y enseguida me lo devolvió. Yo continuaba llorando de dolor pero entonces hubo un momento mágico. Leo me acarició la cara varias veces y sus ojitos parecían mirarme fijamente. En ese momento supe que todo dolor había valido la pena.
Mirando todo a mi alrededor vi la placenta encima de un cubo. Roja, brillante, grande y preciosa, mirándola le agradecí haber cuidado de lo más preciado de mi vida.

El celador entró y me pasaron a la habitación de dilatación, me despedí del equipo que había estado esos días conmigo, sí ya era lunes y algunas profesionales habían vuelto de su día de descanso y me preguntaban qué que hacía allí todavía…jajajaja de hecho mirad si estaba desorientada que cuando dijeron que había nacido a las 6:00 h yo exclamé: que bien a les 18h de la tarde! así dormiremos esta noche…jajajajajaja me dijeron que no que eran las 6 de la mañana del domingo, miré el reloj que había en la sala de parto y marcaba las 7, que lío tenia yo, pero es que todavía no habien cambiado la hora del horario de invierno jaja. En ese momento me acordé de mi familia que sabíamos que estaban fuera.

Entró la matrona dulce, la que os comenté que me realizó la maniobra con una delicadeza y un mimo inigualables y nos dijo: «- Por favor, papá
sal y diles a tus familiares que estais bien, y que Leo ha nacido, pues yo se lo digo pero estan llorando asustadas que hace horas que no saben nada de vosotros»

Mi marido salió, la ginecologa hizo un comentario un poco desagradable al respecto. No se lo tuve en cuenta, pues llevaba más de 24 horas de guardia, con cesáreas de urgencia, muchos partos en un día…y mi hijo estaba sano gracias a ella. Así que yo sólo tenia palabras de gratitud. De repente ella misma reaccionó me pidió disculpas, cambió el tono y me dijo: Adriana, acabas de correr la maratón de Nueva York, y yo también. Enhorabuena por tu hijo.

En la sala de dilatación estuvimos dos horas, las dos horas sagradas solos los 3, para que el bebé iniciase la lactancia materna en tranquilidad. Me pusieron al bebé en la barriga y fue asombroso ver cómo trepaba hasta encontrar el pecho y agarrarse con fuerza al pezón.

Luego vinieron a por nosotros y subimos a la habitación. Nada más salir del ascensor vimos a mis cuñados, a mi hermana y a mi suegro. Mi hermana se abalanzó en mi cama, muy emocionada llorando me acompañó hasta la habitación diciéndome lo valiente que había sido.

En la habitación mi suegro me preguntó si tenía hambre. Benditas palabras! Ya eran las 9h y sólo tenía en mi cuerpo medio vasito chiquitito de esos blanquitos de zumo de manzana desde el viernes por la noche, lo único que me habían permitido tomar y que yo me metía en la boca enjuagaba y volvía a echar al vaso (sí, sé que es una asquerosidad, pero os adelanté que no estaba siendo nada escrupulosa en cuanto a supervivencia se refiere jaja)

Mi suegro me sugirió un bocadillo con el pan tostado, tortilla de patatas y tomate; así que se me hizo la boca agua y mi sonrisa le confirmó que lo estaba deseando! Por Dios! Nunca olvidaré ese primer bocado. Pepito Grillo, o sea, mi marido me recordó que la gine me había dicho que podía comer pero poquito y muy despacio. Lo sentía mucho, pero en ese momento me hubiese dado igual que me hubiera sentado mal; lo reconozco necesitaba comer. La gine me dijo que cuando me encontrara un poco mejor debía ir al baño y si podía también ducharme, eso sí con dos personas sujetándome y levantándome muy poco a poco por si me mareaba. Mi hermana y mi marido me ayudaron estuvimos buen rato y tras varios intentos me pude levantar y a paso de hormiguita llegué al baño, no conseguí hacer pis pero entre los dos me ducharon, el pelo me lo mojé sin champú pues me notaba muy mareada y temía desmayarme. La enfermera vino a preguntarme si había conseguido hacer pis le dije que tenía ganas pero que no había conseguido hacer. Me dijo la palabra mágica (al igual que en otras intervenciones por las que pasé) «te pondremos una sonda» y ya me entraron unas ganas terribles de hacer pis, pedí una cuña, por no tener que volver a hacer todo el ritual previo de levantarme, e hice pis!

Os preguntareis dónde estaban mis padres y la mamá de mi marido. Estaban en casa porque después de haber estado allí desde el sábado por la mañana hasta las 6h de la mañana del domingo necesitaban ir a ducharse, cambiarse y volver a conocer al pequeñín. Aunque insistimos mucho en que no era necesario que se quedaran en el proceso del parto, saber que estaban allí mis padres y mis suegros me daba energía. De hecho en la sala de dilatación pedían permiso para pasar algun ratito a verme y que el papá pudiese salir un poco a estirar las piernas. Pero sobre las 12h del mediodia ya estaban de vuelta, mi madre llegó justo en el momento en el que Leo se desprendió del meconio, recuerdo a mi suegro pasarle unas diez toallitas a mi madre ante una mirada de asombro total por tal acontecimiento, pues no sabía que era eso del meconio jaja

Se quedaron mi madre y la mamá de mi marido para que el papá pudiese ir a casa a ducharse y comer algo. Al llegar la noche, nos quedamos los 3. Ahí sí que empezaba la aventura. La primera noche no dormí, porque Leo sólo quería pecho y a mi me daba miedo dormirme y debido al cansancio extremo aplastar, asfixiar o que se me cayese el bebé al suelo. El papá se durmió, hasta que Leo empezó a llorar, una enfermera de planta entró y nos preguntó que le pasaba, no sabíamos que decirle, nos pilló probando de cambiarle el pañal; por si se trataba de eso. No
sabemos.

Durante los días de ingreso sólo vino la familia más cercana a visitarnos ya que así lo hicimos saber meses antes.

Leo pasó los días muy bien, sólo que cuando vino del primer baño tenía los ojos hinchadísimos. Preguntamos, por si había sido por el jabón, pero el pediatra nos dijo que era una pequeña obstrucción del lagrimal que era normal en recién nacidos, nos explicó un masaje tipo presión en el lagrimal del ojo. Era molesto pero había que insistir, en una horas se le resolvió, que aplicados, oye! Jaja
El martes por la mañana nos dieron el alta.
Yo estaba bastante recuperada, los puntos tiraban un poco, pero sin dolor. Lo que si que tenía bastante perjudicado era las «almo**anas», que dolor por favor! Pero recuerdo salir contentísima por la puerta del centro hospitalario aunque me daba un poco de cosilla poner al bebé en la sillita del coche. Fuimos hasta casa a 20km/h. Salimos 2, y entramos 3. El mayor y más emocionante cambio de nuestra vida.

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